Federico Mayor Zaragoza | Presidente de la Fundación Cultura de Paz
Federico Mayor Zaragoza, ha sido Rector de la Universidad de Granada (1968-1972). Catedrático de Bioquímica en la Universidad Autónoma de Madrid (1973-2004). Ministro de Educación y Ciencia del Gobierno español (1981-1982). Diputado del Parlamento Europeo en 1987. Director General de la UNESCO (1987-1999). Presidente del European Research Council Expert Group (2002-2005). Co-Presidente del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones (2005-2006). Presidente de Initiative for Science en Europe (2007-2010). Presidente del Consejo Directivo de la Agencia de Noticias IPS (2008-2012). Presidente de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte (2010-2017). Presidente del Consejo de Participación del Espacio Natural de Sierra Nevada (2011-2017). En 1999 creó la Fundación Cultura de Paz, de la que es Presidente. Desde febrero de 2016, es Co-Presidente del Instituto Universitario de Derechos Humanos, Democracia y Cultura de Paz y no Violencia (DEMOSPAZ).
Además de numerosas publicaciones científicas, Federico Mayor ha publicado siete poemarios: A contraviento (1985), Aguafuertes (1991), El fuego y la esperanza (1996) y Terral (1997); Alzaré mi voz (2007); En pie de paz (2008); Donde no habite el miedo (2011). Así mismo varios libros de ensayos: Un mundo nuevo (1999), Los nudos gordianos (1999), Mañana siempre es tarde (1987), La nueva página (1994), Memoria del futuro (1994), Science and Power (1995); UNESCO: un ideal en acción (1996); La palabra y la espada (2002); La fuerza de la palabra (2005); Un diálogo ibérico: en el marco europeo y mundial. Coautor con Mario Soares de: Voz de vida, voz debida (2007); Tiempo de acción (2008) ; Delito de silencio (2011); ¡Basta! Una democracia diferente, un orden mundial distinto (2012). En 2018 publicó Recuerdos para el porvenir, primero de tres volúmenes donde escribe sobre personas que han dejado en él una huella indeleble.
El COVID-19 ha producido un gran impacto en todo el mundo y ha modificado nuestras vidas. ¿Qué significado tiene la cultura y la paz?
Ya estaba muy claro, antes de la pandemia del coronavirus, que era necesario cambiar de prioridades y favorecer transformaciones sustanciales en las tendencias que nos estaban llevando a puntos de no retorno. La pandemia no ha hecho más que evidenciar aún más la necesidad de cambios radicales en la gobernanza mundial para evitar amenazas globales e irreversibles sobre la propia habitabilidad de la Tierra, procurando a todos sus habitantes, y no sólo a unos cuantos, las condiciones para una vida digna. Es imperativo reflexionar y tomar las decisiones a escala colectiva, pero sobre todo personal, que permitan reconducir tan grave situación antes de que sea demasiado tarde.
Es tiempo de acción… No se trata de hacer frente a una crisis económica sino sistémica. No de una época de cambios sino de un cambio de época. En los últimos estertores del neoliberalismo, los más recalcitrantes representantes del “gran dominio” intentan convencernos de que volverán a lograr el “estado de bienestar”: el consumo, el empleo, los horizontes sociales… Todo ello, bien entendido, aplicable únicamente al 20% de la humanidad, ya que el resto seguiría como hasta ahora, sumido en un gradiente de precariedades progresivas…
¿Cómo definiría los principales lineamientos de una formación humanista con valores éticos. Es decir, una educación equitativa, inclusiva y sostenible?
Una de las facultades distintivas de la especie humana es la de poder anticiparse, de saber para prever, de prever para prevenir. La facultad prospectiva es ahora, en los albores del siglo XXI y del tercer milenio, especialmente relevante ya que, por primera vez desde el origen de los tiempos, la humanidad debe hacer frente a desafíos globales que, si no se abordan a tiempo, pueden alcanzar puntos de no retorno.
Ser educado es “ser libre y responsable”, como establece con tanta clarividencia el artículo 1º de la Constitución de la UNESCO. En el Informe sobre la “Educación para el siglo XXI” que encomendé en 1992 al entonces Presidente de la Comunidad Económica Europea, Jacques Delors, se proponen -fruto del trabajo de una gran Comisión integrada por profesores de todos los grados, pedagogos, sociólogos, filósofos, etc.- cuatro “avenidas” principales del proceso educativo: aprender a ser; aprender a conocer; aprender a hacer; aprender a vivir juntos. De todas ellas debe destacarse siempre “aprender a ser”. “La educación es – escribió hace un siglo D. Francisco Giner de los Ríos- dirigir con sentido la propia vida”. Sí, aprender a utilizar estas facultades distintivas y desmesuradas de la especie humana: pensar, imaginar, anticiparse, ¡crear!
Es necesario tener siempre presente la distinción entre educación y capacitación. La capacitación varía a veces de forma sustantiva, fijando el progreso en la adquisición de nuevos conocimientos. En cambio, la educación no se basa en aptitudes sino en actitudes, es decir, el seguimiento de unos principios intransitorios que se derivan de las facultades exclusivas de la condición humana.
Existe consenso internacional que la humanidad está en un momento definitivo y que es necesario repensar el futuro. ¿Cómo definiría este tiempo y cuáles son los principales retos y perspectivas?
La actual crisis producida por la pandemia del coronavirus demuestra que no se trata de accidentes fortuitos de coyuntura que transcurren en la superficie de la vida económica, sino que están inscritos en el corazón mismo del sistema. Se ha vuelto a producir una funesta contracción de la vida económica que producirá un aumento mayor del desempleo y la generalización de la desigualdad, que conducirán a la quiebra del capitalismo financiero y significa la definitiva incapacidad del orden económico mundial actual. Hay que transformarlo radicalmente.
Conciencia de lo que ha acontecido, lecciones del pasado. Conciencia del presente y, sobre todo, memoria del futuro, memoria para saber actuar hoy para el por-venir que está por-hacer. Esta es nuestra responsabilidad y nuestra esperanza: cada ser humano único capaz de crear. Memoria permanente de que todos los seres humanos valen lo mismo. Memoria permanente de que no hay ciudadanos del mundo de clase preferente: ¡todos iguales en dignidad! Memoria de las generaciones venideras. Memoria de la inmensa obra creadora de la humanidad pero, sobre todo, memoria de cada ser humano, uno a uno, porque es el mayor e indeclinable patrimonio universal que tenemos que proteger. Memoria, cada instante, del “otro”, de los “otros”, ¡de nos-otros! Memoria sobre todo, del amor al prójimo, próximo o distante, porque es con frecuencia el supremo olvido, el supremo error. Memoria de la misión esencial de los intelectuales, científicos, docentes, artistas… de liderar la movilización popular, el clamor, la voz debida, la voz de vida… a tantos que han tenido que permanecer silenciados, silenciosos, atemorizados, sumisos…. Memoria, en suma, de la acción inaplazable.
En el antropoceno, garantizar la habitabilidad de la Tierra y una vida digna a todos los seres humanos, constituye una responsabilidad esencial porque el fundamento de todos los derechos humanos es la igual dignidad, sea cual sea el género, el color de piel, la creencia, la ideología, la edad… La crisis sistémica ha conducido a asimetrías sociales y una pobreza extrema de tal modo que la Tierra, por influencia de la actividad humana, se deteriora. Es impostergable dejar de ser espectadores y ser actores de cambios radicales que favorezcan la transición de la fuerza a la fuerza de la razón, de la mano alzada y armada a la mano abierta y tendida.
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