Carlos Herrera Rodríguez | Director del Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú

Carlos Herrera Rodríguez, cursó estudios de Derecho en la Universidad Católica Santa María de Arequipa antes de ingresar a la Academia Diplomática del Perú donde obtuvo los títulos de diplomático profesional y licenciado en relaciones internacionales. Posteriormente obtuvo un master en relaciones internacionales por la universidad Paris I Pantheon-Sorbonne.

En 1988 publicó su primer libro de relatos, Morgana , y en 1995 la novela Blanco y Negro. La razón contradictoria de Ulises Garcia, que le ameritó ser considerado uno de los narradores más destacados de su generación. Entre sus obras posteriores figuran Las musas y los muertos (1997), Crueldad del ajedrez (1999), Crónicas del argonauta ciego (2002 y 2019), Gris. Las vidas de la penumbra (2004), Historia de Manuel de Masías, el hombre que creó el rocoto relleno y cocinó para el diablo (2005), Claridad tan obscura (2011) y Dime, monstruo (con ilustraciones de José Tola, 2014).

Ingresó al Servicio Diplomático del Perú en enero de 1984. Ha sido Embajador del Perú en los Países Bajos y ejercido funciones en Francia, Ecuador, Estados Unidos y la Representación Permanente ante la UNESCO, además de ocupar diversos cargos en la Cancillería. Actualmente es director del Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, y como tal miembro del Patronato del Instituto Cervantes como representante de las letras y la cultura hispanoamericanas.

¿Cómo ha afectado el COVID-19 al sector cultural y a su institución en particular?

El sector cultural, fundado esencialmente en el intercambio humano, ha sido sin duda uno de los más afectados por el COVID-19, que constriñe o elimina toda posibilidad de contacto físico. Como es obvio, el caso más dramático es el de aquellas disciplinas que encuentran esencia y significado en la mirada del espectador y el diálogo –real o interno- con el público. Pero aun las actividades ligadas a experiencias más íntimas, como las brindadas por la literatura, ven afectadas sus posibilidades de promoción y difusión, desde las presentaciones hasta las ferias del libro.

Las consecuencias económicas son sin duda nefastas, pese a los encomiables esfuerzos del Ministerio de Cultura para paliar los efectos sobre la vida cotidiana de miles de peruanos y peruanas que obtienen sus ingresos de actividades creativas o técnicas vinculadas con el sector. La crisis económica ha afectado severamente la posibilidad de desarrollar proyectos u obtener auspicios en el sector privado, mientras que el sector público ha debido reducir drásticamente sus presupuestos para adecuarse a las dificultades fiscales.

Esta realidad lamentablemente ha impactado en la capacidad del Ministerio de Relaciones Exteriores, tanto en Lima como en nuestros órganos del servicio exterior, para cumplir plenamente con la organización de actividades programadas en el marco de nuestra política cultural exterior, precisamente en un período en que se ambicionaba una acción muy dinámica en la perspectiva de la conmemoración del bicentenario.

En cuanto al Centro Cultural Inca Garcilaso –cuya dirección asumí en marzo, 15 días antes de decretarse las medidas de aislamiento social obligatorio-, hemos tenido que postergar o desprogramar la realización de algunas actividades. Pero al mismo tiempo muy tempranamente iniciamos una conversión de nuestros proyectos y prácticas hacia el mundo virtual.

Precisamente, ¿qué retos implica desarrollar un programa cultural teniendo en cuenta que la realización en su gran mayoría es a través de internet, de computadoras, de parlantes y audífonos?

Sin duda, nada reemplaza el contacto directo en las actividades de una dimensión humana entre todas, como es la cultura. Pero la nueva realidad nos ha obligado a adaptarnos, y en cierto modo creo que estamos logrando hacer de necesidad, virtud.

Comienzo con un ejemplo muy concreto. La pandemia y las restricciones correspondientes nos sorprendieron en la misma semana en que inaugurábamos la exposición de fotografía de Alex Bryce titulada “Desiertos” y cuando estábamos preparando el montaje de la exposición “Solo árboles” del artista shipibo Shoyan Shëca (Roldán Pinedo). Decidimos entonces producir lo más rápidamente posible sendos videos sobre dichas exposiciones, logrando así las visitas virtuales de un gran público, con la ventaja agregada de poder difundirlas en el exterior gracias a las redes sociales de nuestras embajadas y consulados. Cuando finalmente se pudieron reiniciar las actividades culturales presenciales, el CIG estuvo entre las primeras instituciones en abrir sus puertas, el 1° de octubre, con la visita de los ministros de Relaciones Exteriores y Cultura a la exposición “Solo árboles”. Esta última acaba de ser escogida finalista de los Premios Luces en la categoría “Mejor Exposición”, mientras que Alex Bryce ha sido seleccionado para la categoría “Mejor Exposición de Fotografía”.

No nos limitamos como es obvio, a las artes visuales. Durante este período realizamos varias presentaciones de libros con invitados peruanos y extranjeros, lo que constituye otra ventaja de la diplomacia cultural vía zoom.

Nuestro proyecto más ambicioso ahora es la reingenieria de nuestra página web para que se convierta en un instrumento de difusión no solo de las actividades realizadas por el CIG o nuestras misiones en el exterior, sino de la cultura peruana en general, tanto en su dimensión patrimonial como creativa. La idea es contribuir a que el mundo conozca o recuerde los admirables logros de cinco mil años de civilización, y también se informe sobre lo que peruanas y peruanos están creando o pensando actualmente.

¿Qué característica asume la importancia del arte y la cultura en tiempos de pandemia y cómo podría generar cambios?

Si la característica central de la pandemia es el confinamiento al que nos obliga, el arte y la cultura en general tienen precisamente la vocación contraria: abrir ventanas.

Hacer de la crisis una oportunidad. Aunque la frase sea muy manida, define bien, creo, la necesidad de recurrir una vez más a la capacidad de resiliencia del ser humano: encontrar refugio mientras el diluvio pasa. Y re-crear el mundo en las paredes de la caverna, como hace treinta y cinco mil años.

De ahí que me haya sorprendido negativamente la decisión adoptada en algún momento por distintos gobiernos, incluyendo los de algunos países de patrimonio cultural particularmente rico: no considerar los bienes y servicios culturales como “esenciales” al priorizar las actividades e intercambios autorizados en tiempo de restricciones. No hay atributo más esencial que la capacidad de crear y transformar.

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